CUENTAN que siempre tenía frío. Ese helor que azota a los flacos sin justificación ni pausa y desde el que se forjan una personalidad paralela. Escribía, asegura el maestro Manuel Alcántara, sujetándose con la mano izquierda la muñeca de la otra. Y así fue levantando folios por más de 50 años hasta situarse como el escritor de periódicos más leído y mejor pagado de los años 50 y 60, cuando arrastraba una leyenda convulsa de pasados incalculables, de hazañas punitivas, de canallería errática por Berlín, y París, y Roma, acumulando libros y perversiones. Estirando fracasos.
A César González-Ruano conviene leerlo a sorbos cortos. Si te descuidas acabas herido de su misma cleptomanía hacia el oro, pero con las palabras. No es un gran escritor, sino un aroma de escritura, de claroscuros, de hallazgos líricos, de una inteligencia vivísima y urgente, de un cinismo en batín de seda. Publicó un Diario íntimo monumental. Y un relato galopante y con la luz entornada de su vida, siempre algo mejor y algo peor de lo que él contaba: Mi medio siglo se confiesa a medias. Ruano está envejeciendo mal porque los lectores estamos leyendo a menos y a peor. Pero en él hay un calambre alocado de época por el que, a veces, viene bien dejarse rodar. No es un moderno ni un antiguo. Es César, mitad miseria, mitad maravilla.
El periodista de La Vanguardia Plàcid García-Planas (reportero de historias, paisajes, guerras, extrañezas) y la investigadora Rosa Sala Rose han buceado en lo que no se ve de la biografía de Ruano: la relación con los nazis, los días de la cárcel de Cherche-Midi (en París), las extorsiones, el estraperlo, la crueldad, la naturalidad para vivir en lo siniestro... Y han sacado en claro un libro, El marqués y la esvástica (Anagrama), que sin dejar de ser revelador a ráfagas, no deja a ratos de ser confuso. Puro César. Repasa aquellos días en los que no hay constancia de qué hizo ni cómo lo hizo. Pero lo hizo, probablemente, mal. Ruano fue un tipo de escrúpulo limitado que inventó una aristocracia de sí mismo y un europeísmo trilero. Igualó con la vida el pensamiento. Y el combinado que salió es el de un escritor que repujó su propio mito con una prosa de alto vuelo (sin motor): «Al salir a la calle, ya no somos más nosotros que lo que somos en los que nos ven andar. Raramente el yo no es segunda persona». Él fue máscara de sí mismo. Ruano se empobrece cuando se le aplican preventivamene razones de moral, como tantos otros. Con leerlo basta.